jueves, 28 de febrero de 2013

El primo 17

No hace mucho tiempo intentaba recordar la fábula del reparto de camellos.
Navegué un rato ayer por esas profundidades y encontré lo que buscaba en

       http://es.paperblog.com/la-recompensa-de-la-generosidad-803869/

Respuestas, al fin y al cabo... casi siempre andamos tras las respuestas.


La recompensa de la generosidad.

Publicado el 18 diciembre 2011 por Internautabipolar

Un día un viejo Sheij árabe murió. Aunque era el jefe de su tribu, no era un hombre rico. Toda su riqueza consistía en sus “barcos del desierto”, los camellos que poseía. Los camellos le habían dado alimento y leche, le habían transportado a través de las inmensidades de arena y, después, le habían proporcionado sus pieles, con las que podían hacer las tiendas.
El Sheij había tenido tres hijos y, ahora, tras su muerte, ellos serían los dueños de los camellos. Pero antes, tendrían que escuchar la lectura de las últimas voluntades del anciano para ver el modo en el cual el hombre había decidido repartir los camellos entre sus hijos.
Toda la familia se reunió en la tienda del anciano. Los tres hijos estaban preparados para escuchar a su tío, que era quien iba a leer las últimas voluntades de su hermano. El tío leyó en voz alta como habría que dividir el rebaño de camellos. El mayor de los hijos recibiría la mitad de los camellos, el segundo recibiría un tercio de ellos y el pequeño recibiría un noveno. El texto terminaba con estas palabras: “Todo lo que des con amor, volverá a ti”.
Los hijos ya sabían como quería el padre que se distribuyeran los camellos, pero no estaban seguros de cuántos camellos tenía el anciano, de modo que reunieron rápidamente el rebaño y los contaron. Había diecisiete camellos. ¿Qué decían las últimas voluntades de su padre sobre cómo había que repartirlos?

Camellos
                    Camellos

Entonces los tres hermanos decidieron acudir a su tío para ver si les podía ayudar. El tío pensó en revisar y volver a leer las últimas voluntades de su hermano… que terminaban con las palabras: “Todo lo que des con amor, volverá a ti”. ¿Qué significaba esto? Lo pensó larga y detenidamente. Al final una sonrisa le cruzó el rostro.
-Ya sé lo que tenemos que hacer-dijo el tío-.Os daré uno de mis camellos para sumarlo a los de vuestro padre. Eso resolverá el problema.

Tuareg
 Tuareg

De los dieciocho camellos el mayor se quedaría con nueve, 
el mediano con seis y el pequeño con dos.

“Todo lo que des con amor, volverá a ti”


martes, 19 de febrero de 2013

lunes, 18 de febrero de 2013

Un antes y un después (I)


De atrás para adelante, o de adelante para detrás... A salpicones. Puede ordenarse como cualquier desorden y en cualquier sentido, puede entenderse o no, puede olvidarse. Borrarse… jamás! Escrito queda. ¡Huella!

Sale de mí a borbotones como el vino que rebosó del tanque en ese impás de descuido… mientras mi primo, nos enseñaba la bodega de nuestro común abuelo. Una oleada de tinto espumeó haciendo orilla de encaje de burbujas llegando a nuestros pies y más allá.
   
*Cuando niña, mi madre, su peluquera y yo nos asomamos veloces por la ventana de la cocina tras estremecernos por el estallido… El ruido de la cerámica contra el metal de una de las portadas de la bodega nos sobrecogía al explotar una tinaja. Se superaba la oleada que presenciábamos anteayer; recorría el patio cuesta abajo el vino que andaba fermentando y en su transcurso asalvajado  se hacía un estrecho cauce que recorrió la mitad de la calle para colarse por el primer abismo que encontró a su paso... en la alcantarilla de la esquina. Oímos cómo mi prima (que merece un capítulo aparte) gritaba invitando al vecindario: “¡Sale vino de la bodega del tío Manolo…! ¡Vamos a llenar botellas…! Jajaja!”

Cuando el viernes le contaba esto a mi primo, dijo: “¡Ése, ése es el lugar que ocupaba la tinaja, la que estalló!”. Y a nuestros pies, efectivamente, se apreciaba el círculo grisáceo que encabezaba la hilera de aquel largo pasillo; escuché el susurro desde el suelo: “Aquí estuve y aquí exploté, mi niña” 

Casi al final del itinerario, nos regaló una botella de “Trebolé”. Sonriendo decía que tenía cuatro grados el afrutado caldo y que si no fuéramos abstemias nos “echaba un capote”, o lo que es lo mismo... otro vino de catorce. Digo “casi al final” porque mantuvimos en su despacho amplia y cordial conversa como despedida, sobre mil cosas de nuestras vidas en años pasados; dimos también un agradable paseo por el presente y un esperanzador vislumbre de los futuros.

En el sitio libre del redondo tablero que rodeábamos mientras charlábamos, una máquina de escribir relucía blanca y antigua, recuperada para cierta tarea de alguna ocasión… No era de tan lejos la herramienta... pero es que, ciertamente, a posteriori, el tiempo corre que vuela. Y esto, queridas mías, casi siempre es así.