lunes, 18 de febrero de 2013

Un antes y un después (I)


De atrás para adelante, o de adelante para detrás... A salpicones. Puede ordenarse como cualquier desorden y en cualquier sentido, puede entenderse o no, puede olvidarse. Borrarse… jamás! Escrito queda. ¡Huella!

Sale de mí a borbotones como el vino que rebosó del tanque en ese impás de descuido… mientras mi primo, nos enseñaba la bodega de nuestro común abuelo. Una oleada de tinto espumeó haciendo orilla de encaje de burbujas llegando a nuestros pies y más allá.
   
*Cuando niña, mi madre, su peluquera y yo nos asomamos veloces por la ventana de la cocina tras estremecernos por el estallido… El ruido de la cerámica contra el metal de una de las portadas de la bodega nos sobrecogía al explotar una tinaja. Se superaba la oleada que presenciábamos anteayer; recorría el patio cuesta abajo el vino que andaba fermentando y en su transcurso asalvajado  se hacía un estrecho cauce que recorrió la mitad de la calle para colarse por el primer abismo que encontró a su paso... en la alcantarilla de la esquina. Oímos cómo mi prima (que merece un capítulo aparte) gritaba invitando al vecindario: “¡Sale vino de la bodega del tío Manolo…! ¡Vamos a llenar botellas…! Jajaja!”

Cuando el viernes le contaba esto a mi primo, dijo: “¡Ése, ése es el lugar que ocupaba la tinaja, la que estalló!”. Y a nuestros pies, efectivamente, se apreciaba el círculo grisáceo que encabezaba la hilera de aquel largo pasillo; escuché el susurro desde el suelo: “Aquí estuve y aquí exploté, mi niña” 

Casi al final del itinerario, nos regaló una botella de “Trebolé”. Sonriendo decía que tenía cuatro grados el afrutado caldo y que si no fuéramos abstemias nos “echaba un capote”, o lo que es lo mismo... otro vino de catorce. Digo “casi al final” porque mantuvimos en su despacho amplia y cordial conversa como despedida, sobre mil cosas de nuestras vidas en años pasados; dimos también un agradable paseo por el presente y un esperanzador vislumbre de los futuros.

En el sitio libre del redondo tablero que rodeábamos mientras charlábamos, una máquina de escribir relucía blanca y antigua, recuperada para cierta tarea de alguna ocasión… No era de tan lejos la herramienta... pero es que, ciertamente, a posteriori, el tiempo corre que vuela. Y esto, queridas mías, casi siempre es así.