Qué decir
sobre las comas…
Tengo una impresión, y es una impresión profunda, de
que abuso de las pausas – ¡qué cosas! – de las aclaraciones, de los silencios,
de los paréntesis, de las largas listas, de las colas de palabras esperando
turno...
De los puntos suspensivos también soy asidua; del
punto y coma. Entre comillas cito lo citado, entre corchetes añado mi visión y
mi versión.
Tengo una amiga querida que me dice a veces:
- “(…) porque yo sé cómo escribes…! A ratos me detengo, abro bien los ojos y
recapacito: Es el brote… de la rama del tronco del árbol que plantó el otro
día, tres párrafos más arriba… aahah!”
- Es
que la vida se cruza, le digo, y enreda los tiempos, las pausas, las causas,
las hijas, las nietas, toda la descendencia hablada y escrita.
Cuando releo intento hacerlo con cierta distancia;
me gusta este experimento, es curioso; como queriendo entenderme. Cuando
escribo es casi siempre desde lo cercano (casi como salivando sobre el papel o
sobre el teclado), desde la espontaneidad y el fuego natural de mis artificios
(personajes y escenas ya esbozadas empequeñeciendo a todas las musas
instantáneas).
Ahora salgo de un descanso en el horizonte y las
olas juguetonas me pellizcan: “Anda…! Diles cómo es esto de tus comas, tus
signos de ortografía… por los que mueres.
Aquí estoy, pues, acordándome de aquel relato que
escribí haciendo historias entre un punto y un asterisco. Otra rama, otro árbol, otro
capítulo.
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